Cómo sobrevivir al condominio

Los nombres de lugares ya no son lo que eran. Adiós a Medio Queso de Los Chiles y a Escobal de Atenas. En Costa Rica se suele vivir ahora en condominios como Condado de Baviera y Terrazas de Marbella; Arizona o Belmonte; Altamonte y Barcelona, como quien quisiera darle un título brilloso a la novela de nuestra vida cotidiana.

Suponemos que no habrá mucha armonía entre los vecinos del condominio Los Balcanes, que existe, lo juramos. Mejor valdría pulir un futuro áureo en Río Oro, en el Boulevard del Sol y en Valle El Dorado; o encerrarnos en la tranquilidad zen de Natura Viva y en Nirvana Azul.

¿Prefiere un retiro más místico? Para eso están los condominios Camino de Santiago, El Monasterio, La Misión y La Abadía. Hay otra inmensa oferta de altura en Alta Vista, en Altos de Mayorca, en Alta Piedra y en el condominio Las Cumbres, si apuntamos a elevaciones más literales y menos divinas.

Lo dicho: ya no salen lugares como Jaboncillal de Mata de Plátano.

Los nombres de condominios son elocuentes: apelan casi siempre a un paisaje, y los paisajes suelen ser hermosos pero estáticos. Lo que un mercader de este tipo de opciones habitacionales nunca anuncia, de entrada y por su nombre, es que el comprador está adquiriendo no solo una casa en el condominio Sierra Nevada o Los Andes, sino el ingreso a una comunidad, y las comunidades pueden ser hermosas, o no.

No conocemos Quintana de los Reyes, pero estamos casi seguros de que si usted viviera ahí no se toparía a Felipe VI y a doña Leticia haciendo jogging por las mañanas, sino que seguramente encontrará a más gente como usted: personas que quieren pasear a sus perros o que les molestan los ladridos, reguetoneros de cepa o que odian a Farruko, gente que lava el carro sin camisa o que se meten de manga larga a la piscina del condominio.

En los últimos 10 años se han tramitado 1.457 permisos de construcción para condominios en el Colegio Federado de Ingenieros y Arquitectos. Casi 75.000 personas reportaron vivir en esta modalidad en el Censo Nacional de Población del 2011, con una tendencia mayor entre personas que tenían entre 25 y 43 años (cerca de cuatro de cada diez está en en este rango de edades), y entre ellos, más de siete de cada diez tienen educación universitaria.

Hay mucha gente, sobre todo profesionales jóvenes, que han cambiado la vida de barrio que conocieron en la casa materna por el entorno reglamentado en medio de vecinos que nunca habían visto en la vida. Parece la premisa para una comedia.

Ignacio Alfaro es un abogado que administró condominios por casi diez años, y ahora sigue vinculado al sector como un evangelizador en el tema de las buenas prácticas a mantener entre condóminos.

Él hace un cálculo al vuelo, y afirma que el 95% de quienes viven en un condominio suelen ser buenos vecinos; sin embargo, el otro 5% se siente mucho. La falta de comunicación y de participación entre vecinos, y la ignorancia de quienes compran sin leer el reglamento, hacen que sea necesaria una persona como él, alguien que ha dado en autodenominarse El Doctor Condominio .

La mayoría de los problemas que surgen en estas nuevas vecindades nacen de las mascotas y del ruido.

Este es el precio que los condóminos están dispuestos a pagar por el muro y los guardas que trabajan 24 horas para cuidar que el afuera se quede afuera.

Todas las personas consultadas para este reportaje informaron de que su principal motivación para vivir en un condominio cerrado es la seguridad: tener una confianza mayor de que su hogar no está siendo saqueado al salir de él, y de que su familia pueda salir a caminar sin ser asaltada.

Desde la antigüedad clásica conocemos las ciudades amuralladas. Sin embargo, no hemos aprendido aún cómo evitar que, desde adentro, arda Troya.

Pequeños problemas

Si hay algo que hay que saber de los conflictos condominales es que son cosas diminutas que adquieren proporciones paquidérmicas.

Paula Quesada es una médica de 34 años que compró una casa en el condominio horizontal Barlovento, en Curridabat, en el 2011; años después estuvo a punto de hacer maletas e irse porque sintió que ya no podía más.

Nunca se topó un problema con las reglas de su nueva comunidad –con cientos de nuevos vecinos anónimos– hasta que su pareja, el médico Arturo Herrera, se pasó a vivir con ella. Con él trajo a Kata y a Lola, dos collies de la frontera que también debieron aprender a vivir lejos de su típica casa de barrio en Sabanilla, con buen patio para correr y hacer piruetas.

“Uno está encerrado con las cosas buenas y malas del encierro. Por un lado, nos da bastante seguridad, pero por el otro, uno vive en un clima un poco opresivo porque se está muy encima de otra gente, conviviendo en áreas muy pequeñas”, cuenta Paula.

Ella dice que algunos vecinos les llegaron a tomar fotos mientras paseaban a las perras sin correa en los parques del condominio. Luego se enteraron de que estaban contraviniendo las reglas.

También les llegaría la notificación de que tenían algunas macetas de más al frente de su casa.

Ambos conflictos hicieron que la pareja debiera dedicar más tiempo del que hubieran querido en un ping-pong de correos electrónicos con la administración, así como en reuniones con vecinos para promover que se dedicara un área cercada e inutilizada del condominio para que los perros pudieran quemar energías.

Se contactó a la administración de Barlovento para que comentara sobre estos asuntos, pero declinaron hacerlo alegando que querrían preservar la privacidad de los vecinos.

Paula reconoce que ella cometió el error de muchas personas que compran en condominio: no leyó el reglamento de su nueva comunidad. Sin embargo, ella y Arturo no dejan de mostrar su frustración por la dificultad que hay de promover reformas que, al menos como ellos lo piensan, serían para el beneficio de muchos y para el perjuicio de nadie.

“En eso se torna irrespetuoso un reglamento tan represivo; y uno siente que hasta los mismos guardas están obstinados de andar regañando gente”, dice Arturo.

El reglamento en un condominio es palabra mayúscula. Parece más fácil cambiar alguna cláusula de las Tablas de la Ley que modificar la norma comunitaria. Basta que uno solo de los condóminos se oponga a un cambio para que este no se ejecute.

Carlos Fonseca es un agente de viajes quien, por casualidad, cayó en el mundo de la administración de condominios. Él está al frente de CondominioCR.com , y la gente del sector a menudo le dice que tiene mucho valor por administrar el mismo sitio donde vive, del cual prefiere reservarse el nombre.

Carlos dice que una de las cosas más difíciles de su trabajo es que los costarricenses le huímos a la confrontación, pero no por ello dejamos de quejarnos. En esta lógica, ante el mínimo problema con un vecino, en lugar de tratar de llegar a un acuerdo entre ambos se acude a la administración, incluso con fotografías como pruebas.

(En cuanto a esto, Carlos ha debido reprimir a los condóminos que toman fotos de sus vecinos, pues es ilegal, del mismo modo que no es lícito tomar fotografías de las fachadas de las casas.)

Además de la lectura previa del reglamento, él recomienda adquirir un condominio cuyos vecinos compartan su estilo de vida.

De esto sabe Rubén, cuyo nombre verdadero nos lo dejamos en reserva. Él reconoce que se precipitó en la compra de su casa, pues se queja de que la mayoría de sus vecinos tienen un estilo de vida muy ostentoso.

Él refiere, por ejemplo, que alguna vez recibió un comentario desdeñoso de un vecino por tener en su garaje un vehículo de transporte público. Ello, según el vecino, bajaba la categoría del barrio y, de rebote, la plusvalía de su propia casa.

Dice Rubén que si él tuviera la oportunidad y el dinero se iría de allí.

“Yo soy de barrio, y estaba acostumbrado a que aquella fuera mi casa, y que nadie me molestara. Pero en una casa en condominio, mi casa es de todos. Por ejemplo, si yo me llegara a quedar sin trabajo y no pudiera pagar las cuotas, entonces me pueden quitar la casa”, dice Rubén, quien afirma que ha entrado en una situación en la que ha ganado seguridad pero ha perdido tranquilidad.

Armando, de quien también nos reservamos el nombre real, cuando se mudó a un condominio en Heredia con su esposa sintió que por primera vez era seguro que sus hijos fueran a pedir dulces en Halloween.

Todo estuvo bien, excepto porque algunos vecinos se habían quejado ante la administración por lo que ellos percibían aquello como celebraciones del Maligno.

Armando acepta que en un condominio es difícil saber en qué se está metiendo uno hasta que ya está viviendo ahí, pero él sigue pensando en que prefiere pasar por esos inconvenientes y pagar “los cincos de más”, y no encontrar una puerta rota.

“Diay, si uno ya se montó en la mula, ahora hay que amansarla”.

Si uno quisiese evitar conflictos tiene lógica encontrar casa en una comunidad de personas que compartan nuestros principios; pero también debemos conceder que la pureza ideológica solamente existe en la soledad.

Lo más realista es aprender a limar las asperezas.

Cambio de cultura

Christian Zúñiga es gerente general de InHaus, la empresa de bienes raíces que tiene una pequeña división de administración de pocos condominios, los cuales ha aceptado “bien escogiditos”. Para él, en esta rama de negocio la marca de su empresa se expone mucho, pues la gestión nunca será del agrado de todos.

Zúñiga dice que los mayores roces se presentan en los condominios verticales –las famosas torres–, como el caso del vecino que se queja porque su vecina se pone los tacones desde las 6 a. m., cuando él todavía duerme.

Sin embargo, él dice que es vital que vayamos aprendiendo a solucionar mejor nuestros conflictos y a tener una mayor tolerancia, porque el crecimiento de la ciudad apunta a la vida vecinal unos encima de los otros.

Carlos Fonseca explica que el modelo de condominios se importó de otros países en donde la ciudadanía es muy dada al orden, pero opina que hay muchos reglamentos en donde se nota que a la gente se le ha pasa la mano en las restricciones.

“Nosotros no estamos listos culturalmente para un sistema de estos”, nos dice Fonseca.

Ignacio Alfaro, el Doctor Condominio, opina lo contrario. “Vivir de esta manera pone a prueba las mejores virtudes y deberes de un ciudadano. Es cierto, en los condominios no se puede hacer bulla, sacar la basura a cualquier hora, parquear como te dé la gana; pero la verdad es que esas son cosas que tampoco afuera podés hacerlas”.

Él ha visto conflictos feos, en donde incluso los condóminos toman posiciones intransigentes únicamente para no dar el brazo a torcer ante un vecino con quien tiene un problema, aún si su negativa va en contra de sus propios intereses. Es una réplica en pequeñito de los peores vicios de la política.

A pesar de ello, Alfaro piensa que la mayoría de las personas asimilan bien este sistema de vivienda.

Para él, más bien, el gran problema con los condóminos ticos es que no gustan de participar de las asambleas ni de las comisiones.

“Normalmente, la gente deja muy sola a la administración, que debe echarse la responsabilidad de los poquitos que hacen problemas”.

Carlos Fonseca coincide en que los vecinos extranjeros, suelen involucrarse más en las decisiones de toda la comunidad.

Con los ticos, suele ser cada quien en su casa y Dios en la de todos. Aquel incluso podría convertirse en un emblema nacional.

Va siendo buena hora de aprender a ser ciudadanos, aunque sea a la brava. Jean Paul Sartre dijo que el infierno son los otros ¿Quiere que el nombre del condominio Paraíso no sea una broma cruel? Infórmese, involúcrese y sea respetuoso, vecino.

Por Dario Chinchilla U. Publicado en La Nación del 1 de marzo de 2015
Reseñado en El Típico Condominio 

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